No cabe duda de que el nuevo concepto de ciudad, basado en la movilidad, está dando un giro radical. Siempre se ha dicho que la movilidad en una ciudad está formada por los peatones, los vehículos sin motor, luego viene el transporte necesario para abastecer a los ciudadanos y, por último, los vehículos a motor que sirven para desplazarse, para ir al trabajo o simplemente para el ocio.
En los años 60/70 con el boom del automóvil, que se asoció económicamente a una sociedad más desarrollada, el coche invadió la ciudad y lo que hasta ese momento había sido una convivencia equitativa, se desvió hacia la necesidad de que una ciudad diera cabida a más vehículos.
Las consecuencias no se hicieron esperar. El caso más patente fue la reducción de las aceras y de los lugares de paseo para aumentar el espacio para los coches. En Madrid, como en tantas ciudades españolas, hubo ejemplos que ahora nos dejan sorprendidos: los bulevares de la C/ Alberto Aguilera se derribaron para hacer una amplia avenida de varios carriles por sentido.
Ahora es al revés: las ciudades acotan el espacio a los coches para que los peatones puedan disfrutar más de su entorno. Así vemos que la Gran Vía madrileña se ha reformado para aumentar las aceras, se crean calles peatonales, etc.
Todo esto es consecuencia de los vaivenes de la pirámide de la movilidad. Como decíamos al principio, antes de los años 60 el peatón estaba en la cúpula de la pirámide. Después, a partir de los 70, fue el coche el que ocupó ese privilegiado escalafón, y ahora volvemos a poner al peatón, al ciudadano, en lo más alto.
Con los nuevos conceptos de eficiencia energética, vehículos no contaminantes, vulnerabilidad, novedades en la movilidad, siniestralidad y calidad de vida urbana la jerarquía ha cambiado sustancialmente. Podemos decir que arriba de todo está el peatón. Las razones son obvias: caminando es como más se desplazan los ciudadanos y, además, es el más vulnerable. Por eso, uno de los objetivos de movilidad de todas las ciudades se centra en la seguridad de las personas como peatones.
Las bicicletas, que es el siguiente escalón de esta pirámide, brindan muchos beneficios en relación a otros vehículos: sostenible ambientalmente, es económica y no ocupa espacio. Son muy buenas razones para que tengan este lugar privilegiado.
El transporte urbano viene después: autobuses eléctricos, metros, trenes de cercanías. Se trata de vehículos que contaminan algo también, pero con grandes ventajas frente a los vehículos de motor.
El transporte de productos y servicios es absolutamente básico para el abastecimiento de una ciudad. Por ello ocupa el siguiente lugar. Debe regularse con las zonas de carga y descarga, en horarios preferiblemente nocturnos, para no generar atascos por sí solos.
Las novedades se hacen un hueco en esta pirámide: los coches compartidos que pueden ser por viaje de trabajo. Por ejemplo, cuatro empleados de una misma empresa comparten el coche de uno de ellos para evitar que haya tres viajes más con el consiguiente consumo energético, contaminación y ocupación viaria. O bien, pueden ser los coches compartidos de flotas que los ponen al servicio de los ciudadanos para cuando necesiten realizar un trayecto.
Por último, están los vehículos privados. Lo importante no es prohibirlos, sino la racionalización de su uso. Para ello se están realizando todas las actuaciones relativas a la peatonalización, carriles VAO, aparcamientos disuasorios, etc.
Por suerte, estamos volviendo a aquellos tiempos donde los ciudadanos podían disfrutar de su ciudad de manera saludable.
Fuentes consultadas: