En mi profesión, además de ejercer de taxista, debemos estar preparados para cubrir cualquier otra disciplina: guía turístico, detective privado, auxiliar de enfermería… pero, en mi caso, la más usual es la de psicólogo.
Hace unos tres años, una cliente de unos treinta y tantos años con la voz semirrota y algo colérica me indicó que la llevase a una determinada dirección. Al poco de arrancar me empezó a contar, seguramente porque querría desahogarse, que su marido andaba con otra. Él decía que estaba muy ocupado con el trabajo, pero ella sabía que era la típica disculpa para estar más tiempo fuera de casa. Y lo que era peor: estaba casi segura de que tenia algún hijo con la otra y que ahora lo iba a desenmascarar. Intenté quitar hierro al asunto -porque de esas historias ya me sé algunas- y le pregunté si tenia evidencias o eran simples indicios.
Resumiendo, me contó que le había encontrado una factura de hotel en el bolsillo de la chaqueta, que había visto unas llamadas de móvil al teléfono de una mujer y viceversa, y también una factura de una juguetería, entre otras cosas.
Yo le fui rebatiendo una a una todas esas pruebas que ella consideraba evidencias, pero la mujer parecía que estaba empeñada en mantener su historia, quería tener la razón.
Al llegar a la dirección indicada me dijo que me quedase a distancia, y que no bajara la bandera porque todavía no había acabado la carrera. Al cabo de muy poco tiempo salió su marido del portal con un regalo voluminoso bajo el brazo, y caminó decididamente hacia un parque cercano.
Mi clienta me pidió que condujera despacio tras él, y así hice. El hombre llegó al parque y allí se abrazó a una mujer bastante guapa, al lugar acudió corriendo un niño, evidentemente el hijo de ella, al que le entregó el regalo que llevaba consigo y que el niño abrió de inmediato.
Mi clienta me comentaba mientras observaba lo que sucedía, que conocía a esa mujer por fotos: había sido novia de su marido en su juventud. Le dije que mantuviera la calma porque se podía tratar de algún malentendido, que no hiciera nada que se pudiera arrepentir después, que primero tenía que oír a su marido, y esas cosas…
De repente, recibió una llamada en el móvil, -mi marido!, exclamó. Me volví hacia ella y le transmití calma con las manos. Apenas dijo algo, todo fueron sonidos de asentimiento con la boca cerrada acompañados con ligeros movimientos de cabeza, y un lacónico adiós tras la llamada.
Mi clienta se echó a llorar como una niña pequeña. Yo me temía lo peor, pero cuando se calmó, me aclaró lo sucedido, y que, para no alargarme, fue poco mas o menos así: la otra mujer realmente había sido novia de su marido en su juventud. Se había ido a vivir a Santander y allí se había casado con uno que la dejó en la estacada por otra. Necesitaba dinero para solucionar unas cosas en los juzgados de Madrid y le había pedido que le pagase el hotel. En cuanto al regalo era porque ese día parece ser que era el cumpleaños del niño.
La llamada del móvil del marido era para quedar a comer y que conociera a “aquella novia que tuvo hace tanto tiempo y que solo conocía en fotos”.
No le había dicho nada antes porque, primero, no le había dado ninguna importancia; y segundo, porque había estado tan liado de trabajo no se iba a distraer por esa tontería de nada.
Pues por poco se lía buena !!