Los personal shopper son aquellos profesionales de la moda y saben que tipo de ropa conviene a cada persona para realzar sus encantos o bien, para disminuir sus defectos.
Aquí tenemos la historia de Julian L., taxista de más de 60 años que, sin darse cuenta se convirtió en un pionero de esta actividad en los albores de los 80, cuando ni de lejos, se pensaba que eso llegaría a convertirse en una profesión.
Ese día empecé mi jornada laboral como siempre, a las 7 de la mañana. Llevaba una jornada de lo más anodina y sosa cuando sobre las 13 h me para una señora que venia acompañada de su hija de alrededor de los 20 años. Más tarde supe que habían aprovechado un viaje del marido y padre a una reunión de negocios para comprar en Madrid lo que en aquellos tiempos no llegaba a las pequeñas ciudades de provincia.
Cuando les pregunto de a donde las llevaba, la madre me contesta:
-Mire, llévenos a una tienda de moda para mi hija que quiere comprarse ropa.
Así, de sopetón, me pilló de sorpresa, pero inmediatamente reaccioné, pues dos días antes, mi señora y yo habíamos ido con nuestra hija a comprarle ropa y aquello había sido una pelea continua. La típica batalla generacional: a nuestra hija le gustaban las faldas cortas –hacia poco que había aparecido la minifalda- y los escotes y mi señora era de gustos mucho más convencionales.
-Se de una tienda que seguro le va a gustar a su hija.
-Si me gusta a mí, seguro que no le va a gustar a mi madre, contestó ella.
Lo dicho, la típica batalla generacional pero yo templé gaitas y las llevé a la tienda que había ido con mi hija. Me dijeron por favor, que esperara. Al cabo de un buen rato salieron, la hija estaba encantada y cargaba con tres bolsas y una sonrisa resplandeciente. Creo que incluso me miró con cara de agradecimiento.
Las llevé al hotel y en el trayecto me preguntaron:
-Y usted ¿conoce más tiendas del mismo estilo?
-Todas las que quiera, contesté sin vacilar para que no se me notara la mentira, ya que a excepción de la experiencia de dos días atrás, nunca había entrado en una tienda de ropa de señoras.
- ¿Nos podría llevar por la tarde a ver algunas?
Se me iluminaron los ojos. Iba a tener una tarde completita. ¡Qué bueno!
Las dejé en el hotel, aparqué el taxi, me metí en un bar y llamé a mi hija. En aquellos tiempos, no existían los móviles. Le hice un examen exhaustivo sobre las tiendas que podían gustar a una veinteañera. Y lo iba anotando, claro está, porque todos esos nombre raros en inglés que me enumeraba me eran imposible memorizarlos. Incluso mi hija me propuso que la llevase a una peluquería, la suya, porque en aquel momento se estaban llevando diversos tipos de peinados.
A las 16 h estaba en la puerta del hotel con mi chuleta,.primero fuimos a una tienda para buscar camisas o camisetas, no se pero salieron con una bolsa, y finalmente pasamos a por cinturones y bolsos.
-No quiere que vea a su hija un peluquero bueno, porque yo creo que le podía dar un aire muy actual.
-Sí, mamá, y ya es lo último, te lo prometo.
Debía ser hija única porque la madre no opuso demasiada resistencia. Y allá que nos fuimos todos a ver a Valen, el peluquero de mi hija. Yo entré con ellos para hacer las presentaciones, y allí se quedaron. Mi hija ya lo había llamado para ponerle en antecedentes.
Yo nunca había caído en la importancia de un peinado –siempre me he peinado con raya a un lado- pero parece ser que la tiene.
Fue un día en el que hice una buena recaudación y saqué una buena propina.
Y ahora, con el paso del tiempo, bastante años después, pienso que me gané el reconocimiento de ser el primer taxista “PERSONAL SHOPPER”.