En esta ocasión traemos una historia contada por taxistas y en las que ellos fueron protagonistas directos. Hoy le toca el turno a Juan P. R. Nos cuenta una divertida y ejemplarizante historia sucedida hace casi 40 años.
Corrían los primeros años de la década de los 80 en los que la droga convirtió a muchos jóvenes en delincuentes para conseguir su dosis diaria. Los taxistas éramos un objetivo fácil y cada uno de nosotros teníamos nuestras maneras de identificarlos para que no se nos subiesen en el coche y, si lo hacían, hacerles bajar inmediatamente. Pretendíamos minimizar las situaciones desagradables y/o peligrosas.
Un día en la Cibeles se me acercó uno no tan joven, pero igualmente desaliñado: vaquero desgastado -pero no como los de ahora que es la moda- desgastados por el uso, manchados con pegotes de colores, una camisa amplia ya algo corroída por el cuello y bastante delgado con el pelo largo. Vamos, para salir corriendo…
Me preguntó si le podía llevar a Cuenca. Ni más ni menos que a Cuenca!, casi 200 km en los que me podía pasar de todo,.y aunque no me pasara nada ¿me pagaría al llegar a Cuenca?
Sin preámbulos le pregunté si tenía dinero. -¿No se fía de mí? Me respondió muy serio y hasta un poco enfadado, le miré de arriba abajo para que notara que mi pregunta iba dirigida a la pinta que tenía.
¡Hombre!, ya sé que el hábito no hace el monje, pero…
Del enfado paso a la carcajada. Y añadió: tiene usted toda la razón.
Metió la mano en el bolsillo y me enseñó bastante dinero. En aquel momento no lo pensé pero que un tipo así tuviera tanto dinero en el bolsillo también era para mosquearse, pero estaba muy centrado en el dinero del viaje a Cuenca… así que me pareció razonable llevarle si me podía pagar.
Durante el viaje me preguntó si conocía la anécdota del actor James Stwart en el hotel Ritz. Yo ni idea, claro, y empezó a contármela.
"James Stwart vino a España a rodar una película y le reservaron habitación en el hotel Ritz. Cuando rellenó la ficha, en la profesión puso "actor" y le prohibieron la entrada porque -no se si usted lo sabe- el hotel Ritz tiene prohibida la entrada a actores y a toreros ya que considera que su profesión no es digna para el hotel".
Aquí intervine yo diciendo que eso era una tontería, y que además, no todos los actores tenían que ser iguales...
Déjeme seguir porque aquí no acaba la anécdota...
"James Stwart cogió una de las maletas, entró en un cuarto de baño y cuando salió, iba vestido de general del ejército de los Estados Unidos, porque ustd no sabrá que era general de aviación…”
Yo claro, no tenía ni idea…
“… Volvió al mostrador e imagínese la cara del de la recepción que minutos antes le había denegado la entrada. Por supuesto se deshizo en disculpas y mil perdones, pero James Stwart simplemente cogió sus maletas y subió a su habitación"
Bonita manera de reaccionar, sí señor. Dije yo
Seguimos el viaje y llegamos a Cuenca. Me indicó que me dirigiera a la plaza del ayuntamiento y cuando llegamos, estaba cortada. Se acercó un guardia y al ver a mi cliente, abrió la verja y nos dejó pasar. Yo cada vez estaba más sorprendido.
Al llegar a la puerta me dio las gracias muy amable, se bajó del taxi y se alejó sin pagarme. Salí inmediatamente del coche pero un funcionario del ayuntamiento muy bien vestido se acercó a mí y me pregunto: ¿Cuánto se le debe por el viaje?
Después me enteré de todo: era un artista plástico –no voy a mencionar su nombre- al que le acababan de dar un premio importante y lo iba a recoger.
El mismo funcionario me dijo que después de la entrega del premio daría una charla, si me quería quedar y al volver de regreso a Madid llevarle de nuevo.,
Pero después de cómo lo traté nada más verle y de la anécdota de James Stwart, preferí volverme a Madrid rápidamente y un poco con el rabo entre las piernas.