En nuestra forma de conducir influyen tanto nuestras aptitudes, conocimientos, capacidades y habilidades, como nuestra experiencia, nuestra personalidad o nuestro estado de ánimo. Todo ello hace que desarrollemos nuestro estilo de conducción.
Simplificando al máximo los estilos de conducción podemos hablar de la conducción defensiva frente a la conducción agresiva.
La conducción defensiva es aquella que se basa en la anticipación. Un tipo de conducción donde se ponen en práctica técnicas que permiten al conductor depender de su propio comportamiento para evitar un peligro, buscando anticiparse a las situaciones de riesgo en la carretera para evitar incidentes. Los conductores que aplican una conducción defensiva son más prudentes, observadores, respetan más al resto de conductores y están atentos a sus movimientos y tienen en cuenta todos los detalles que pueden afectar a su conducción, desde aspectos meteorológicos, el estado de las carreteras o los horarios.
Por el contrario la conducción agresiva la podemos definir como un estilo de conducción arriesgado, donde no se tiene tan en cuenta al resto de los conductores, se realizan maniobras arriesgadas, o se conduce en un estado de alteración emocional. Los conductores agresivos son aquellos que no respetan la distancia de seguridad, frenan y aceleran de manera brusca, usan el claxon continuamente o pierden los nervios ante atascos o interrupciones.
¿Seguro? ¿Empático? ¿Temeroso? ¿Agresivo? ¿Un gran conductor? Puede que haya tantos tipos de conductores como personas al volante. Incluso un mismo conductor puede ser uno u otro según el momento.
Definirlos todos sería una tarea casi imposible, pero sí podemos hablar de algunos grupos de conductores según algunos de sus hábitos al volante, porque hay pequeños comportamientos que nos definen.
Unos son buenos conductores y otros no tanto. Si quieres saber en qué grupo te encuentras tú, aquí tienes nuestro